Somos carne convertida en ceniza. La soledad, la angustia, la desolación se han vuelto parte de nuestra naturaleza. El cuerpo se ha vuelto un territorio limitado por nuestros propios constructos éticos, donde el miedo desborda, donde el hambre sensorial se extralimita. Somos seres que, ante la presión, el malestar, el descontento, el abandono por parte de nuestras propias mentes, las cuales nos rigen, nos hacen convulsionar, y expone ante cada uno de nosotros un sentimiento, un aullido silente. Nuestros rostros muestran el cambio, la transmutación y la subversión de seres que transitan el desgarramiento, el cual no debe ser entendido únicamente como la imagen de la desesperanza, sino como muestra de un crecimiento. Un crecimiento fatal para algunos y despertar para otros.
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