Un calvario de esperanza.
Ser caraqueño es todo un calvario, es toda una bendición. No existe mayor realidad que la que se aprecia desde cerca, porque se vive y se respira, te lleva a otro estado de conciencia social. Amar la ciudad es amar sus contrastes, sus debilidades y virtudes. Ser caraqueño es subir y bajar escaleras todos los días, solo para alcanzar ese momento donde todo es posible -si lo creemos-.
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