Ante un calor adverso, un paraguas destartalado puede ser un oasis individual para disfrutar de una lectura.
La plaza El Venezolano estaba vacía ese domingo. El sol era tan inclemente que hacía que la tierra temblara y la ausencia de brisa ahuyentaba a quienes frecuentan la zona. Todos, menos uno, apresuraban el paso para escapar de allí.
El suelo en llamas y la ausencia de dinamismo habitual no parecen ser un problema para aquel que sabe que el espacio público le pertenece.