“Estación, la hoyada”, anuncia la vieja voz elegante. Los que están sentados junto a mí se paran para salir y continuar su viaje de destino. Los que están afuera se apresuran y se preparan para ingresar en aquel submundo que conocemos como vagón del metro de Caracas. Un espacio donde se suspende aquello que conocemos como espacio público para darle cabida a una especie de espacio familiar. No hay territorio donde más se evidencia las identidades caraqueñas que en aquella lombriz de metal.
Las memorias y los relatos se concentran como el maldito vaporón de aquella tarde, dejando el rastro de humedad que empieza a caer como gotas del techo y los ventanales. “Señores usuarios, por motivos operacionales hay un fuerte retraso en estos momentos. vamos a guardar unos minutos en esta estación”. ¡Maldita sea! Ya se habían acomodado los que se anticiparon a sentarse en los asientos; los más vivos tomaron prestado los asientos azules o el piso para esperar, ingresaron los rezagados para esperar mientras tomaban aire de la entrada del vagón.
Por último, entró con aire discreto, pero difícil de ignorar un anciano con sombrero de cuero marrón, camisa negra con rayas blancas planchada, metida entre pantalón jean oscuro. Con corneta de aquellas que se compran en algún buhonero de mercado popular en mano, nos ofreció las buenas tardes. Varios le devolvimos el gesto. Yo saco el teléfono porque me encanta registrar y compartir a los artistas ambulantes que pasan por el espacio familiar. “He hecho muchas cosas en mi vida, pero ante todo soy un llanero de estas tierras de concreto y cerro, y vengo a compartirles una canción del maestro Armas que siempre me acompaña. De donde fui me queda el recuerdo de mi madre, las tardes de mis tierras y estas canciones de las cuales moriré escuchando. Si no canto lloro y por eso les vengo a cantar”. Por tres minutos, aquel anciano, con ríos y grietas en su cara, retumbó con su voz el piso del vagón.
Después me enteré que la canción que cantaba era Arpa vieja vagabunda, compuesta por Reynaldo Armas. Una canción que me habla de sobre quiénes nos acompañaran después de esta travesía llamada vida y como hasta en el último de los alientos seguiremos pidiendo compañía para nuevos tonos para cantar. Una canción sobre como el cantar es un grito de resistencia ante el inclemente destino de la muerte y el olvido.
Aquella tarde, en aquel vagón, las páginas de nuestras calles se trazaron con la melodía de aquella voz quebrada. La memoria de nuestra historia, esa tarde, tuvo asidero en aquel vagón de metro para recordarnos que la identidad siempre será un entre. Escribirnos o retratarnos como caraqueños siempre será un entre entre tantos entres. Un grito de resistencia frente al devenir de la eternidad que nos soplará. Quedarán los ecos de nuestras historias en las voces de aquellos otros, tan distintos a nosotros, pero que nos relatarán como parte de su constitución. Al final, las identidades se constituyen entre otros. Los retratos son ventanas que nos permiten ser testigos de las diferencias que constituyen este relato llamado Caracas. Somos el arpa de mil travesías que seguirá dando tono a la historia.
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