En una vuelta a Caracas en el 2023, volviendo por primera vez luego de irme 6 años, y mientras me reencontraba con los espacios y la gente de una ciudad con la que estaba peleada y que olvidé; fui un día a Quebrada Quintero con un grupo de amigxs no sé si muy cercanos. Subimos a la parte de arriba de la quebrada (a esa parte que no te dejan subir si hay alguien atento) para no estar “en el cojeculo”.
Cuando estábamos bañándonos, dos señoras muy tiernas y divertidas llegaron juntas a meter la cabeza en el agua, a refrescarse. Les dimos un permiso ya que estábamos ahí desde hace un tiempo. Las señoras gritaban, se reían tratando de aguantar esa agua fría que cae por las piedras.
Cuando finalmente se acostumbraron a la temperatura, una de ellas se sentó (como estábamos haciendo todxs) justo debajo de la masa de agua que cae. Respiró unos minutos concentrada, tomó aire fuerte, se echó para atrás y se mantuvo ahí un rato con las manos bien agarradas, empujándose a sentir las gotas, la fluctuación, el peso de esa agua.
Salió, se limpió la cara sonriendo y volteó a vernos a todxs soltando una inmensa carcajada. Tal como una niñita divirtiéndose.