Todos los días es un nuevo empezar. Ese fue el día en el que me quise acercar para estar cerca de ella. Estar más cerca de la vista de mi balcón: la vista de mi ciudad.
Todos los que estábamos ahí vimos el atardecer. Ese atardecer caraqueño que nos detiene a todos al menos un segundo del día, si no lo hizo ya el amanecer. Majestuoso y llenador de espíritu, fue imposible no capturar semejante contraste de la naturaleza con la urbanidad y sentir la conexión tan perfecta que Caracas ha hecho de ambas cosas y que parecen estar hechas para cada una.
Dentro de las montañas que rodean al oeste de la ciudad, me conecto y soy uno con Caracas. La ciudad que me da esperanzas, que me da resiliencia y me da voluntad para luchar cada día y seguir adelante.
Y yo solo digo: »Hasta mañana, Caracas».
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