Lainer Rondón camina hacia el centro del Nuevo Circo de Caracas, donde las sombras del pasado aún susurran historias de faenas taurinas y espectáculos gloriosos. Hoy, este espacio olvidado respira nuevamente, no con rugidos de multitudes, sino con la cadencia rebelde de un hombre que ha hecho del Breaking su bandera. Bajo el techo de concreto que una vez fue símbolo de una Caracas cosmopolita, Lainer se mueve al ritmo del tambor y del alma. Sus giros y caídas no solo desafían la gravedad, sino también los años de adversidad que han golpeado tanto a la ciudad como a su espíritu. Con cada paso, cada power move, sus tatuajes —mapas de su historia— cobran vida, narrando luchas, victorias y la esperanza de un futuro mejor. La ciudad lo observa. Sus grietas son como las líneas de tinta en su piel: marcas imborrables de resistencia y memoria. Caracas y Lainer son un reflejo uno del otro: guerreros que no se rinden, que buscan brillar a pesar de los escombros. En este espacio donde antes se ovacionaba la fuerza bruta, hoy se aplaude la resiliencia. Lainer baila no solo por él, sino por su ciudad, enviando un mensaje al mundo: «Estamos vivos. Perdurar es nuestro arte».