Ese día, después de mucho, recordé que existe la hora mágica. El cielo de Caracas es majestuoso, más cuando nos permitimos ponerle atención, cuando levantamos la cabeza y dejamos que los colores nos ahoguen. Cuando nos enamoramos de él no hay lugar donde mirar sin que nos intimide, nos llene y nos haga sentir. Sólo eso, sentir.
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