Cuando hago trekking siempre me imagino que estoy subiendo una escalera de millones de peldaños con dirección al cielo. Esto para darme ánimos de no desmayar en el camino. Lo curioso, es que cuando llego a la cima no visualizo otra cosa que lo más preciado que tiene mi ciudad natal, “Él Ávila”. Es la forma que tengo desde el exilio de no solo botar calorías, energía y sudor, sino también la nostalgia del lugar que más extraño. Cerro Manquehue, Santiago de Chile.
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